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Ghadir

El resplandor de los pabilos incandescentes de la sala iluminaba el terciopelo de sus mejillas. No había nada más hermoso allí, o en el mundo conocido. Sus ojos, del color del café, centelleaban con cada pestañeo. Iba y venía, como la ropa que se tiende al viento. Su alegría era contagiosa y su espíritu reflejaba un recuerdo de saturnalia. Giraba y retozaba en el salón, movía sus manos y sus pies con idéntica agilidad. (¡Su cabello!) Su cabello flameaba con cada paso. Él la miraba. Ella lo miraba. Se buscaban. Él se perdía en contemplación. Había desarrollado la capacidad de observarla y, a la vez, ver todo su porvenir juntos. Barajaba posibilidades, escenarios. Pero, ¿qué otra cosa podría ser la vida sino la materialización del guión de un cínico? Pero eso a él, no le importaba. Sólo quería detener el tiempo y volver eterno cada detalle de su rostro, comenzando por su cabello, su frente, sus cejas delgadas, esos ojos que sentía hundirse en los suyos; su nariz, perdida entre sus rojiz

Una cuestión cultural

La transición de marzo a abril del 2018 arrastró consigo las pesadas, pesadísimas cadenas de la desidia argentina. Uno tras otro fui completando los formularios de las plataformas de búsqueda de trabajo. Actualicé perfiles, reacondicioné currículums, esta foto de perfil, sí; esta otra, no. Agregué alertas automáticas, me suscribí a newsletters y busqué cursos que me proporcionaran herramientas y así mejorar mi posicionamiento. Así fui aplicando a una larga lista de empleos relacionados con mi campo de estudio (más adelante aplicaré a cualquier empleo para el que pueda verme apto). Esa cuota de racionalidad tan presente en mí, me explicó que no habría respuestas inmediatas. Me dijo que debería armarme de paciencia y esperar lo mejor. Esperé una semana, dos, tres. Hubo un cuarto mes en el que esperé un quinto. Aún me veo, a veces, preso de un debate maniqueo: recibir los correos que rechazaron mis postulaciones, ¿Fue algo bueno, o malo? De cualquier forma, CompuTrabajo me

Le puede pasar a cualquiera

No debe despojarse a estas palabras del carácter instructivo que las inviste. La modernidad y el exponencial desarrollo tecnológico que devino con esta, han socavado las bases de la convivencia social y, por qué no, del buen gusto. Parto de una simple observación. Camino por Lima, desde Avenida de mayo. Elijo cada uno de los temas que suenan en mis auriculares. Avenida Belgrano está en verde y decido esperar a un metro del cordón. Hoy no me siento muy temerario. Es un buen momento para observar a quienes me rodean, ya sea por desconfianza, o mera curiosidad. Uno nunca sabe cuándo se puede enamorar, ni cuántas veces por cada cuadra. Oteo el cercano horizonte, de derecha a izquierda. Nada muy llamativo. Frente a mí, uno o dos ansiosos amagando a una muerte certera con cada paso que los aleja del adoquín. Y allí, a mi izquierda, como en diagonal, un caballero. Cerrados su meñique, anular y mayor sobre la palma de su mano derecha. Sobre la punta de su aguileña nariz se apoyaba el extrem

"La historia no se repite, pero rima", Mark Twain

Creo que me causan ternura. Si, creo que ternura es la palabra. Muchos “bregan” en las redes sociales por la paz mundial, exhortan con ahínco a lograr la tolerancia y el entendimiento. Concentran su desprecio en un único y simplificado enemigo y poco investigan la historia. Cambian fotos de perfil, superponen banderas. “Yo soy ese pueblo al que flagelaron”. Pero estas cosas ya fueron discutidas y poca importancia tienen en este momento. No veo mucha gente preguntándose la proyección al futuro inmediato que estos acontecimientos disparan. De AP: French president: “Terrorists struck Brussels but it was Europe that was targeted” – Presidente francés: “Los terroristas atacaron Bruselas, pero el blanco fue Europa”. ¿Por qué no puedo dejar de pensar en un nuevo Sykes-Picot? Estos hechos, ¿Ayudarán a aceitar las vías de solución a la crisis migratoria que azota a la pobre Europa? Vamos a volver a meter a todo Medio Oriente en el mismo saco. Miles de familias destrozadas, amputadas, mi

Frühling

El Kafka es un teatro que me vio entrar una vez, hace muchos años, tantos que ni siquiera recuerdo qué fui a ver. Saludamos a quienes habían sido más puntuales que nosotros y comenzamos a transpirar. Mi entrada ya había sido muy amablemente adquirida, por lo que procedí a devolver el dinero. Ticket en el bolsillo izquierdo y el programa en mano derecha, abanicándome. Tras unos minutos oteando el acotado horizonte, una estufa, encendida por Caronte mismo. El origen más pudoroso de tan elevado calor sea, tal vez, el hecho inexorable de estar acercándonos, minuto a minuto, al inicio de la obra. Sazonada la inquietud con incertidumbre, dan sala. El acceso es por un pasillo a la derecha del pequeño anfiteatro y a nivel del escenario. El escenario es a nivel del suelo. Ascendimos las gradas y nos ubicamos en las últimas. Cuando los ojos se hubieron acostumbrado a la penumbra fue que descubrí, vistiendo una suerte de piloto de lluvia gris, una integrante del elenco improvisando s